Cuando se está frente al mar

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Y estoy aquí, sentado frente a la inmensidad del mundo, frente al infinito. Frente a la nada y frente al todo. Frente a los sueños y a las derrotas. Frente a las preguntas y a las respuestas.

Estoy aquí… queriendo romper barreras, mezclarme con el infinito, hacerme uno con el mar. Quiero hallarme, queriendo no perderme. Disfrutar la soledad sin odiar la melancolía. Odiar la soledad y añorar la compañía. Estoy aquí, frente a todo pronóstico y en contra de cualquier barrera. En contra del amor, a favor del odio. Con valor y muerto del miedo. Con decisión y frustración. Lleno de intensiones de dar vuelcos a la nada. Con ganas de lanzarme al vacío y mezclarme con la nada. Con deseos de dejarme llevar por el agua y que nadie me encuentre, de ser yo y solo yo… en mis pensamientos, mi vida, mi muerte… hasta el final de los tiempos.

Me conozco, me reconozco, me desconozco y temo por mí. Estoy perdido, no me encuentro, pero sé dónde estoy. No sé a dónde ir, no encuentro el camino, pero sé a dónde llegar. Melancolía, maldita melancolía que me llena y me deja tan satisfecho, que me dan ganas de vomitar.

Hundido hasta el cuello, hermosa sensación, divina ternura, maldito arrepentimiento. Los días, las horas y los minutos, compañeros constantes. Calamidad, nostalgia y muerte, compañía certera en los peores momentos.

Luz y oscuridad, mezcla mortal. Ni blanco ni negro; no, no existen. Tonos grises, a fin de cuentas ya no existen matices.

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